Cuento de un hijo a su padre.

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Pitágoras organiza una fiesta en su casa con lo más selecto de toda la numerística.
Mientras ultima los preparativos en su incomprensible laberinto hogareño, todo desaparece en un instante, y sin dilaciones, se apresura a abrir la puerta al primero.
Es el 0. Inconcebible e inexpresable por los romanos.


'Tolón'.
¿Quién será? Sin ánimo de determinar su tamaño mediante la magnitud de su sonido, se persona en el evento, la campana de Gauss.


Al poco, resuena en el interior de la casa, 'piii'.
Este es evidente, ¿no? Debe ser 3'14.


De repente, un sonido, cuya tonalidad en continuo aumento le declara como la más bella existencia en la Tierra, se deja reposar en una nota que define el conjunto la más perfecta de las sinfonías a manos de la naturaleza, haciendo iluminar la casa con exquisitas formas coloridas. Ese es inconfundiblemente, el espiralado Fibonacci.


Al cabo de un largo rato, cuando todos se encontraban inmersos en límites continuos, derivadas, y opíparas inecuaciones y matrices ene dimensionales, aparecía un inesperado:
'Tumpá'.
Anfitrión e invitados intercambiaron miradas, atónitos, sin llegar a comprender qué sucedía.
Instintivamente, acercábanse todos a la entrada, cuando justo al linde del pomo de la puerta, otra mancha de vomitadas notas percutidas les embriagó en formatos de jazz, bossa, samba, salsa, ska, funk, reggae y demás portentos audibles.
Abriéronle la puerta e invitáronle a pasar, uniéndose así este a ellos y haciendo la noche alborotada y eterna y elevando a los números a puro sentimiento.






Moraleja: Nunca te fies de un batera porque te puede joder la noche.

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